Alfredo Jalife-Rahme (La Jornada)
"¿Puede la globalización sobrevivir a 2013?, es el título de la columna del periodista Robert Jacob Samuelson, de The Washington Post (30/12/12; a no confundir con Paul, premio Nobel de Economía del mismo apellido).
Robert Jacob Samuelson resume sesgadamente en el rotativo del establishment de Estados Unidos la tesis de David Smick, editor de la revista trimestral especializada International Economy y consultor de mercados financieros y macroeconomía global, quien denomina desglobalización a la retirada de la globalización.
Que un servidor lo haya enunciado hace 13 años en el libro El lado oscuro de la globalización, refrendado en otro libro, Hacia la desglobalización, siete años atrás, cobra simple valor teórico, con poco impacto, no se diga influencia, mucho menos cuando su audiencia latinoamericana es dominada en la periferia por el centro financiero de la globalización.
Que el economista francés Jacques Sapir –director de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y de la Escuela Económica de la Universidad de Moscú– haya hace tres años abordado el tema en su libro La desmundialización se limitó a una influencia relativa en los circuitos académicos de Francia y Rusia.
Pero que David Smick, apuntalado a nivel más público por el periodista Robert Jacob Samuelson en un periódico sumamente influyente de Estados Unidos, se atreva a formular la desglobalización desde el centro primigenio del modelo neoliberal global, adquiere una advertencia de alcances estratégicos.
Robert Jacob Samuelson suaviza artificialmente el texto original de David Smick al escamotear sus matrices y matices.
Lo atractivo de David Smick subyace en su asociación gerencial a través de su empresa mancomunada de inversiones Johnson Smick International Inc con el economista Manuel H. Jonson, anterior vicepresidente del consejo de gobernadores de la Reserva Federal en la década de los 80 (en pleno thatcherismo/reaganomics anglosajón de la dupla neoliberal Hayek/Friedman), quien goza de conocimiento interno del modus operandi monetarista en la cúpula de la desregulada globalización financierista.
David Smick saltó a la fama pública con su libro El mundo es encorvado, que versa sobre los riesgos de la globalización: réplica al libro muy simplón El mundo es plano del columnista Thomas Friedman, de The New York Times, adicto al neoliberalismo global.
Ya David Smick había expuesto su ensayo “¿Puede resquebrajarse la globalización? (The International Economy, otoño de 2012) en su artículo ¿Qué sustituirá al modelo de la globalización?, en The Washington Post (16/10/12).
Para algunos su leitmotiv podrá sonar catastrofista (v. gr. los asiduos turistas al Foro Económico Global de Davos), para otros realista (v. gr. un servidor): la casa se incendia, el techo corre riesgo de colapso (¡supersic!) y el G-20 toma té y pastelillos sentado serenamente en el salón.
Más allá de la identidad del ocupante en turno de la Casa Blanca, quien sufrirá el exorcismo ciudadano en castigo a los estragos, los desafíos económicos son desalentadores (¡supersic!), en referencia estructural a sus fundamentos: el modelo de la globalización de los pasados 30 años se resquebraja, sin ningún sucedáneo a la vista.
Sostiene que en el pico de “la era de la globalización financiera, los servicios financieros representaron en forma absurda un elevado porcentaje de las ganancias bursátiles en Estados Unidos –30 por ciento– y 40 por ciento de sus ganancias trasnacionales”, mientras el promedio industrial del índice Dow Jones pasó de 800 puntos en 1979 a 13 mil a finales de 2007.
Cita a Gary Hufbauer, de Peterson Institute, quien señala que Estados Unidos se volvía más rico con un billón de dólares cada año debido al comercio globalizado, sin contar el bono hegemónico: casi 10 por ciento del PIB global, según los académicos de China (ver Bajo la Lupa, 16/1/13).
Luego estalló la burbuja y ahora se asienta el escenario opuesto cuando nuestros bancos están quebrados (¡supersic!), sobrerregulados, con aversión al riesgo y reticentes a alimentar la expansión económica.
¿Qué sustituirá el vacío del PIB de Estados Unidos abandonado por los servicios financieros?
David Smick no compra el nuevo mantra vigente en Estados Unidos sobre su milagrosa capacidad exportadora del gas esquisto (shale gas), cuando la experiencia enseña cautela sobre el consenso en la política energética: la energía es un campo de batalla donde la promesa de independencia energética ha sido elusiva por varias décadas.
Expone los consabidos datos duros de la economía global declinante cuando el mundo se encuentra al borde de una guerra de divisas con por lo menos 12 países, más allá de China, manipulando sus monedas contra el dólar para sus ventajas comerciales.
Cita al analista Criton Zoakos, de Leto Research, quien aduce que la rápida inflación laboral en China y las nuevas tecnologías de software basadas en recorte de costos en la manufactura en Estados Unidos contribuyen a que el modelo de la globalización se vuelva obsoleto (¡supersic!).
La liberalización financiera, que también ha desembocado en una montaña rusa de terror financiero e infartos, y el libre flujo de capitales, se encuentran en asedio a escala mundial cuando los bancos se han vuelto rápidamente nacionalistas” (¡supersic!); a mi juicio, con la notable excepción global del “México neoliberal itamita”, que se despojó absurdamente de su banca para sucumbir en las garras de la quebrada banca española/anglosajona.
Arguye que la eurozona se encuentra en el corazón de la tendencia a la desglobalización cuando los bancos europeos habían sido tradicionalmente la fuente de 80 por ciento del mercantilismo financiero en los mercados emergentes.
Hoy los bancos europeos se encuentran severamente subcapitalizados y repatrian sus capitales y no queda claro que los bancos de Estados Unidos, China o Japón puedan llenar el vacío, al unísono del incremento de tensiones geopolíticas debido al colapso (¡supersic!) de la globalización”.
Fustiga que la clase política, en lugar de tomar al toro por los cuernos del peligroso cambio tectónico en los asuntos económicos del mundo, se ha confinado a vagas generalizaciones sobre reformas impositivas y mayor inversión gubernamental.
Perturba el vacío conceptual de David Smick (en similitud al rey Luis XV: después de mí el diluvio), quien se queda sin sucedáneos cuando el mundo se instala en un hipercomplejo nuevo orden multipolar, al unísono de regulaciones financieras y hasta neoproteccionismos (del mismo Estados Unidos).
Si se extrapolan las tendencias tanto del G-7, en notoria declinación, como en el despegue gradual de los resplandecientes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el mundo se encamina a regionalismos puntuales con sus respectivas esferas de influencia concomitantes al retorno asombroso de nacionalismos y hasta de subnacionalismos que exhiben la vitalidad del género humano que rehúsa sucumbir bajo los espejismos teológicos del misántropo neoliberalismo global totalmente descerebrado y carente de creatividad samaritana.
David Smick soslaya que el mundo no se acaba como tal, ni siquiera después de Sodoma y Gomorra. Que cuando un mundo fenece amanece otro distinto, quizá mejor, o peor: todo depende de los humanos, en última instancia.
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