El sentido fallecimiento de José Luis Sampedro invita a la lectura y relectura de sus obras, en este caso de las económicas. Hay cuatro grandes ideas o lecciones que, por su fuerza y actualidad, llaman poderosamente la atención: su concepción de la Economía, su teoría del desarrollo
... ... su análisis de las crisis y su visión del futuro.
En primer lugar, su concepción de la Economía se basa en el concepto de Estructura Económica que estudia las relaciones de interdependencia (en Economía no hay aspectos aislados, sino que “todo está relacionado con todo”), permanencia (esas interdependencias son relativamente duraderas en el tiempo, aunque no inmutables), totalidad (la sociedad existe como conjunto con entidad propia, diferente de la suma de los individuos, al contrario de lo que suponen erróneamente los liberales), y cambio (proceso histórico de mutación de las estructuras por oposición dialéctica de contrarios, por ejemplo, la lucha de clases) de la realidad económica.
Realidad económica que puede analizarse desde tres dimensiones: la dimensión técnica (centrada en la competitividad, entendida por la Economía convencional dominante como disminución de los costes laborales unitarios), la dimensión social (relación de las clases y grupos sociales entre sí y con las instituciones, incluidas las relaciones de poder) y la dimensión cultural (valores, creencias, formas de vida, etc.).
El análisis dominante omite las variables sociales y culturales, institucionales y políticas, difícilmente cuantificables por la deriva matemática. Sampedro considera a la Economía convencional como una técnica. Dice que las interpretaciones de la Economía convencional pueden ser válidas, pero insuficientes; porque la Economía, como Economía Política, es una ciencia social y su objeto es el estudio de las relaciones sociales y de los asuntos ordinarios del hombre.
En segundo lugar, su teoría del desarrollo diferencia este concepto claramente del de crecimiento. El desarrollo económico es la combinación de crecimiento y cambio estructural. Entiende, además, que el subdesarrollo no es simplemente un problema “doméstico” de los países afectados, sino el resultado de la subordinación y dependencia de éstos del sistema capitalista mundial. El desarrollo económico no es producir y consumir, sino desarrollar al hombre, a la persona humana y sus valores. Tampoco cree Sampedro que el capitalismo liberal, por el automatismo de las fuerzas del mercado y la búsqueda del beneficio, permita promover el desarrollo.
En realidad, el pensamiento de Sampedro era ajeno a la idea de que el mercado fuera sinónimo de libertad. Él mismo dice que “la libertad del sistema no está en el mercado, sino en el dinero, porque quien no tiene dinero no tiene libertad ninguna en el mercado”. “La libertad de elegir la da el dinero”, accediendo solamente a los bienes y servicios los que lo tienen, lo que no sólo es injusto sino también antieconómico pues se pierden “las aportaciones futuras de los talentos que quedan sin cultivar plenamente”. De ahí que, entre otras razones, Sampedro entienda que el mercado no puede existir sin regulación ni tampoco sin la producción de bienes y servicios públicos, máxime en las actuales condiciones de globalización financiera en la que el poder máximo del capital escapa al control democrático de los ciudadanos.
En tercer lugar, su análisis de las crisis no es comprensible sin percibirlas como rupturas históricas de los diferentes aspectos de la vida, propias de un sistema capitalista que ha evolucionado de su fase industrial a otra de carácter financiero, en el que la concentración del capital es cada vez mayor y la relevancia de los ciudadanos es cada vez menor. Sampedro entiende que el capitalismo no es el orden natural e inmutable de la sociedad, es solamente una etapa en la historia hacia su transformación en un sistema socialista democrático, basado en la igualdad y la solidaridad y no en la imposición del beneficio privado sobre el beneficio social. Frente a la mercantilización de la vida y la búsqueda del beneficio individual, Sampedro busca siempre el sentido humanista de la vida.
En efecto, “las sociedades no cambian mientras no cambien sus dioses”, es decir, sus valores. Estamos ante una “crisis cultural”: “el desarrollismo se encuentra en su fase final de agotamiento”. Porque está “tropezando con sus límites” físicos (la naturaleza), humanos (el subdesarrollo de los pobres) y del propio hombre (depresiones, ansiedades y patologías varias). Y esos límites no los resuelve la técnica, sino un cambio de valores. Valores alejados del crecimiento ilimitado, de la técnica por la técnica, de la ciencia frente a la sabiduría, de la competencia frente a la cooperación; en definitiva, hay que “saber hacer… para saber vivir” y “vivir es servir: entender la vida solidariamente”.
Por último, la visión de futuro de Sampedro se basa en que “otro mundo no sólo es posible, es seguro”: “un mundo para todos porque es de todos”, fuera de la ceguera del pensamiento neoliberal, en el que se globalicen los derechos a la educación, a la sanidad, a la justicia, al medio ambiente saludable, al trabajo, a la libertad de pensamiento, a la dignidad humana y a la democracia efectiva. “Mi mensaje a los jóvenes es que ha llegado el momento de cambiar el rumbo de la nave… poniendo proa hacia un desarrollo humano”. ¡Gracias, maestro!
(Este artículo fue publicado en el Faro de Vigo el 16 de mayo de 2013)
* Catedrático del Departamento de Estructura Económica y Economía del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Madrid
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