Jason Hirthler (Counterpunch)
Vds. tienen que dejarles hacer. La maquinaria de los medios de comunicación estadounidenses no tiene parangón en la producción y difusión de desinformación. Brota de las entrañas del Departamento de Estado o de la Casa Blanca o del Pentágono y va filtrándose por todas las organizaciones-tapadera del gobierno, conocidas también como medios de comunicación dominantes.
EEUU ha logrado demonizar a Vladimir Putin y a Rusia a lo largo de 2014, precipitando una Nueva Guerra Fría que aún puede convertirse en caliente. El Imperio del Mal ha vuelto. La Casa Blanca ha hecho un hábil uso de la propaganda de los medios de masas para hacer el trabajo. Primero, han controlado la narrativa. Esto es fundamental por dos razones: una, porque permite que la Casa Blanca barra el golpe de estado de febrero en Kiev al basurero de la memoria estadounidense. Dos, porque le permite reforzar rápidamente su afirmación de que Rusia es una potencia peligrosamente expansionista en las orillas de una Europa serena y amante de la paz. Es decir, la omisión de un hecho y la comisión de otro.
En el primero de los frentes, según autoconfesión del Departamento de Estado, se gastaron unos 5.000 millones de dólares en Ucrania en fomentar la disidencia bajo la apariencia de estar promoviendo la democracia. La miríada de ONG que actúan bajo la sombra perversa del National Endowment for Democracy son poco más que caballos de Troya a través de los cuales el Departamento de Estado puede lanzar actividades subversivas en territorio extranjero. No conocemos todos los detalles, seguramente insidiosos, del golpe de estado, pero hay indicios de que la violencia fue puesta en marcha por los grupos, y en su nombre, que ahora se sientan en el poder, incluidos los neofascistas pendencieros a los que estúpidamente se entregó la cartera de la seguridad de la nación.
Sobre este último extremo, a la gente se le presentó un retrato aterrador para consumo público. Pero consideren el contexto antes de mandar a Putin a los sórdidos anales de los tiranos imperiales. Una potencia beligerante llega hasta su puerta para promover un violento golpe de estado en una nación vecina con el obvio intento de asegurarse que Kiev acepte un acuerdo con el FMI en vez de uno mejor con Rusia y, además, que Ucrania se convierta en el último y quizá decisivo puesto de avanzada de la OTAN. Si hubieran estado en los zapatos de Putin, ¿habrían permitido que un gobierno ilegítimo infiltrado por Occidente desafiase la integridad de su base naval de Sebastopol, en el Mar Negro? Lo pongo en duda.
Los crimeanos organizaron velozmente una votación para la secesión, denunciada con rapidez como fraudulenta por los medios occidentales (con alguna credibilidad, debería añadirse). Dado su perfil étnico ruso y muy creíbles temores de opresión de Kiev, cuyos matones nacionalistas estaban ya dándose tono hablando de eviscerar los derechos de los ciudadanos rusos, la anexión rusa de Crimea es de algún modo comprensible para mentes que no estén saturadas de la propaganda occidental.
Sin embargo, la mayor parte de Occidente, es decir EEUU y Europa, parece estar muy satisfecha con esa narrativa sobre un renacido imperio ruso con designios imperiales sobre Europa. La Casa Blanca ha caracterizado con éxito a Rusia como agresor eslavo mientras barría el comportamiento innegablemente hostil de la OTAN bajo la alfombra de su falsa rectitud. Siempre proliferan las afirmaciones procedentes de la Casa Blanca acerca de la necesidad de defender la “soberanía” de otra nación. Sin embargo, la retórica de la indignación que sale a raudales de Washington, y que a veces parece ser la principal cualificación para una cita de alto nivel en una administración estadounidense, es la capacidad para mostrar una despreocupada hipocresía que no admite ironías.
Esto no nos sorprende ya. Un sistema doctrinal sofisticado experto en elaborar conformidad tendrá menos éxito por lo que afirma que por lo que calla. Los hechos omitidos son siempre los inconvenientes. Entre otras piezas desaparecidas de la historia, que los medios dominantes están vendiendo en estos momentos, tenemos la cuestión de la raison d’être de la OTAN, que desapareció con el colapso del Pacto de Varsovia y la disolución de la URSS. Pero no importa, ha remodelado rápidamente su mandato convirtiéndose en una fuerza de reacción rápida lista para lanzarse sobre puntos álgidos del planeta como Serbia, Libia y Afganistán. A pesar de las promesas en sentido contrario, ha trabajado esencialmente para llevar hasta sus brazos, bajo el dominio de EEUU, a todos los países del antiguo Pacto de Varsovia. El objetivo es evidente: colocar misiles a las puertas de Rusia, lo mejor para alienar a Moscú de Berlín y asegurar que los rivales de Washington no les dejan fuera en medio del frío.
Si la historia reciente no fuera suficiente para dejar bien clara la huella agresiva de la OTAN, consideren la conducta de su principal portavoz, el Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, un halcón sin sustancia que ayer anunció una serie de planes para una presencia militar amplia y permanente en Polonia y el Báltico. Con motivos bélicos ya preparados, Rasmussen dijo que el plan era desplegar “… lo que yo llamaría una punta de lanza dentro de una fuerza de respuesta que pueda funcionar con una rapidez muy, muy alta”. Concedió generosamente que esa unidad de respuesta rápida necesita “suministros, equipamiento, preparación de infraestructuras, bases, sedes. La conclusión es que, en el futuro, Vds. van a poder apreciar una presencia mucho más visible de la OTAN por el Este”.
Parecen estar ya en pie de guerra. Se escuchan golpes de pecho y redoble de tambores. Como si la OTAN estuviera provocando al oso ruso. No hay duda de que confían en atraer a Moscú a las acciones agresivas con las que: a) calumniar velozmente a Putin en los medios dominantes, y b) utilizarlas para racionalizar un arsenal masivo en Europa del Este.
Noten que el pronunciamiento de Rasmussen estaba sin duda programado para que coincidiera con un tête-à-tête entre Putin y el Presidente ucraniano Petro Poroshenko en Minsk, Bielorrusia. ¿A qué propósito servía exactamente la mortinata cumbre, dada la belicosidad que emana de Bruselas hacia uno de los principales patrocinadores de Ucrania? Uno supone que la idea era ganar apalancamiento para la negociación, como si Rusia no hubiera estado observando los codiciosos movimientos de la OTAN durante los últimos veinte años.
En un contexto interno, este escenario podría describirse como una cacería. Occidente parece estar intentando fabricar un conflicto, cuando no una guerra, donde no lo había. Podría conseguirse la paz, descrita por la prensa como escurridiza, en cuestión de días si la Casa Blanca mostrara alguna inclinación hacia ella. En cambio, prefiere la escalada. Pero, tarde o temprano, Rusia se moverá con mayor visibilidad para defender la rebelión oriental, metiéndose de lleno en la trampa. En realidad, puede que ya lo haya hecho.
Ayer la OTAN publicó una serie de imágenes por satélite suministradas por EEUU mostrando, al parecer, a tropas rusas “estableciendo posiciones de combate” en el este de Ucrania, una afirmación ridiculizada al instante por Moscú. Naturalmente, las imágenes eran oscuras. Imposible verificarlas pero no difíciles de creer. A pesar de su propia avalancha de propaganda, sería de crédulos no imaginar a los rusos suministrando armas y apoyo táctico a los denominados “insurgentes prorrusos” en el este. Ni sería tampoco sorprendente ver tropas rusas cruzando la frontera. De nuevo, la cuestión que se plantea es: ¿Qué hacer entonces, sobre todo teniendo en cuenta la brutalidad dirigida por Kiev contra los “rebeldes” del este? ¿Responderían como Putin lo hace o más temerariamente, quizá como John F. Kennedy cuando supo de los misiles rusos en Cuba? ¿Se imaginan un gobierno mexicano prorruso instalado por Moscú mediante un golpe de estado, bombardeando a los ciudadanos proestadounidenses cerca de la frontera de EEUU? Al pensar en cómo Washington podría responder, las palabras “moderación” y “prudencia” no vienen fácilmente a la mente.
Poca cobertura se le ha dado, si es que se le ha dado alguna, a otra pieza fundamental de la historia real, es decir, a la obvia rivalidad económica subyacente en el conflicto. Ucrania es una ficha principal en la lucha por el acceso a los recursos del Mar Negro, y por la primacía en la provisión de esos recursos a los hogares europeos. De igual importancia es la canalización de ese acceso y suministro a través de préstamos diseñados por el FMI, por supuesto en dólares, fundamental para el papel, ahora amenazado, del dólar como moneda de reserva mundial.
Seguidamente, la falsa narrativa histórica se distanciará de la Casa Blanca por canales internacionalistas que, a pesar de que son frentes de la potencia estadounidense, serán percibidos por muchos como juicios independientes que mira por donde coinciden con las valoraciones estadounidenses. La OTAN bajo control de EEUU, las Naciones Unidas dominadas por EEUU y la Unión Europea sumisa a EEUU se reunirán para censurar a Rusia, ignorar los crímenes de Kiev contra su propia población y clamar por más sanciones y por reforzar una OTAN provocadora en Europa del Este. Poca atención se le ha dado a la noticia de que las naciones BRICS –que representan alrededor del 40% de la población mundial- han declinado unirse a Occidente en su régimen de sanciones a Rusia.
Pero el aplastante peso de la desinformación de los medios dominantes está pisoteando esa historia –lejana o cercana-, gracias a la cual podemos esperar que millones de estadounidenses agiten obedientemente sus tótems estrellados a la vez que nuestros barcos, drones y batallones se disponen, una vez más, a defender nuestras libertades.
Jason Hirthler es un veterano de la industria de la comunicación. Vive y trabaja en la ciudad de Nueva York y puede contactarse con él en: jasonhirthler@gmail.com
Fuente: http://www.counterpunch.org/2014/09/01/return-of-the-evil-empire/
No hay comentarios:
Publicar un comentario