Pascual Serrano (Rebelion)
La comunidad internacional, arrastrada por la capacidad de sembrar la psicosis de las grandes potencias y los medios de comunicación, se encuentra angustiada por el lanzamiento de misiles de largo alcance por Corea del Norte. Se plantea que podrían alcanzar todo el territorio japonés, Hawai y Guam, Alaska e incluso la costa oeste de Estados Unidos.
No se trata tanto de defender o rechazar esas pruebas como de intentar comprender qué mueve a este país a ese alarde militar.
El gobierno norcoreano lleva más de diez años utilizando su capacidad nuclear y balística como moneda de cambio y negociación ante EEUU. Ahora lo hace, afirma, para presionar, contra las sanciones económicas impuestas en octubre de 2005 a varias instituciones financieras norcoreanas sospechosas de lavado de dinero.
Desde mayo de 1993 cuando Corea del Norte lanzó un misil balístico de prueba de medio alcance tipo Rodong que cae en el Mar de Japón, el tira y afloja, y la firma o rechazo de compromisos por parte del gobierno de Pyongyang han sido constantes.
Como es sabido, sólo los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, tienen legalmente armas nucleares y han realizado pruebas con ellas. Es evidente que se trata de una situación desequilibrada y humillante para el resto de la comunidad internacional.
Más todavía si a partir de la creación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en 1968, estos cinco grandes se comprometieron a abogar por el desarme y a erigirse en garantes de que el resto no pudiera tener la bomba atómica. A pesar de ello, varios países han desarrollado posteriormente armas nucleares, fundamentalmente Pakistán, la India e Israel, ninguno de ellos firmantes del TNP. El doble rasero de EEUU ha quedado de nuevo en evidencia tras la firma hace pocos días de un acuerdo nuclear con la India por el que le ayudará a desarrollar un programa nuclear de uso civil. Cínicamente, EEUU ha afirmado que este “programa restringirá la posible proliferación nuclear”. Todo esto mientras la Administración Bush vende 36 aviones F-16 a Pakistán, con quien la India mantiene un grave conflicto fronterizo que amenaza con una guerra atómica. En cambio, para la investigación nuclear con fines pacíficos de Irán se reserva la consideración de amenaza para la paz mundial.
Es evidente que esa hipocresía de Estados Unidos y sus corifeos europeos deslegitiman sus indignaciones en nombre de la paz. Las declaraciones de Condolezza Rice al día siguiente del lanzamiento de los mísiles, afirmando que las conversaciones sostenidas entre seis países (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad mas Japón) respecto a la crisis norcoreana son el único foro para tratar los efectos de la prueba de misiles, son otra muestra de desprecio a la comunidad internacional.
La pregunta es qué pretende el gobierno de Pyongyang con estos alardes armamentísticos que no son nuevos. Sin duda algo ha aprendido Corea del Norte de la experiencia iraquí y la política de Bush, y es que, no disponer de armas de destrucción masiva no garantiza que no te vayan a invadir. Es más, ha entendido que su mejor seguro ante una agresión “preventiva” una vez que te han catalogado como miembro del eje del mal, es disponer de armas nucleares y misiles de largo alcance apuntado hacia EEUU y Japón, y cuanto más fuerte lo digas, mejor.
De modo que aquí tenemos otra triste consecuencia de la política guerrerista de Bush, la lección aprendida de algunos sobre lo rentable de rearmarse y la inutilidad de aceptar inspecciones, concesiones y negociaciones diplomáticas. Al fin y al cabo, si las Naciones Unidas fueron ignoradas por Estados Unidos para decidir atacar a Iraq, por qué merecerían ser respetadas ahora por Corea del Norte, habrá pensado Pyongyang.
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