Guillermo Almeyra (La Jornada)
El pueblo venezolano no se dejó engañar y votó por la preservación de sus grandes conquistas y por el futuro contra la vuelta al pasado que le presentaban como renovación. Chávez ganó en efecto por una diferencia de 11 puntos. Aunque logró 55.25 por ciento de los sufragios –no el 70 que presentaba como objetivo–, y tuvo 8.1 millones de votos –no 10 como proclamaba–, la diferencia es grande ya que consiguió casi un millón y medio de votos más que sus adversarios del frente derechista, el MUD, los cuales lograron 6.3 millones de sufragios. En una elección en la que participó nada menos que 81.4 por ciento del electorado, aumentó ligeramente sus votos de 2006 (entonces había logrado 7.3 millones), pero la oposición ganó, con respecto a los poco más de 4 millones en esa fecha, 2.1 millones de votos más, que consiguió sustraer en parte a la abstención y en parte al mismo chavismo.
Los hechos son duros y tozudos y quien no puede preverlos tampoco puede prepararse para lo que viene. Quien razona no tiene fe, decía San Agustín, que de fe entendía. Ergo, quien tiene fe no razona y no es capaz de separar la voluntad ardiente de impulsar el proceso revolucionario democrático en Venezuela –que es una parte importantísima de la relación de fuerzas actual en América Latina– del análisis frío de los problemas que enfrenta ese proceso. El fideísta busca líderes, santos, certidumbres, y todo lo que sea pensamiento crítico o que suene a un sí pero de izquierda le parece que ayuda al imperialismo. No sabe que la verdad es revolucionaria y acusa de saboteador, escéptico y agente del enemigo a quien le muestra que el camino que está siguiendo puede conducir a un barranco. De ese modo el acrítico ciego de fe fomenta el conservadurismo y el burocratismo –o sea, precisamente lo que debilita a los movimientos que dependen de líderes– y traba la toma de conciencia de los trabajadores, que son la principal base de apoyo y la garantía tanto de esos líderes como de los movimientos sociales. Quienes confunden la política con la fe religiosa o la pasión del hincha de futbol no ayudan en nada al líder que apoyan ni al proceso que dicen servir. Son más papistas que el Papa. Chávez, en efecto, acaba de corregir el tiro, vio que no toda la media Venezuela opositora es contrarrevolucionaria y proimperialista y se dio cuenta de que debe recuperar los votos populares perdidos, y por eso como primera medida después de su triunfo ofreció una política de inclusión.
Estas elecciones fueron atípicas, porque en realidad fueron un plebiscito por Chávez o contra Chávez, en el que pesó también el reconocimiento a un luchador que, a pesar de su grave enfermedad, peleó con todas sus fuerzas por preservar lo conquistado.
Aunque Chávez hizo una elección de aparato, sin buscar hacer razonar y menos aún organizar a sus bases, en este caso no se votaba por un partido sino a favor o contra un hombre que, para todos, incluso sus adversarios, se identificaba con un proceso que eliminó el analfabetismo, redujo a la mitad la miseria y la pobreza, dio servicios esenciales y dignidad a los más pobres y puso a Venezuela en primera fila entre los países de América Latina. Aunque Hugo Chávez toma como ejemplos a Perón o al kirchnerismo, todos ven que, a diferencia del primero, que era un hombre de derecha, rodeado de reaccionarios, amigo de todos los dictadores de su tiempo, un militar que huyó en 1955 para no depender de los obreros, a quienes se negó a armar contra los golpistas ya vencidos, y un hombre que patrocinó los asesinatos de las bandas paraestatales de la Alianza Anticomunista Argentina, y a diferencia del kirchnerismo, nacido del riñón del menemismo y del duhaldismo y dedicado a preservar las ganancias de los capitalistas y el sistema mismo, Chávez es un hombre valiente, que se juega la vida por la Venezuela plebeya, sin buscar beneficios personales, y aunque su política preserva el capitalismo, él no es procapitalista. El pueblo venezolano lo percibe y premia.
Pero en las elecciones del 16 de diciembre no se votará por Chávez sino que se elegirán gobernadores. Pero los candidatos chavistas no fueron escogidos por el pueblo y no tienen la autoridad y el prestigio del comandante. Por eso, si éste no modifica su política y da campo libre a la participación de las bases y a la libre elección de representantes, existe el peligro de que la oposición, que ya controla gobernaciones importantes, logre más posiciones, porque el reflejo de autodefensa que el domingo condujo a una votación masiva ya no tendrá la misma fuerza, y una abstención o dispersión de votos en las filas bolivarianas podría ayudar a la oposición derechista unida, sobre todo si ésta mantiene su táctica y se esfuerza por ocultar su mal velado gorilismo.
Chávez tiene un proyecto nacionalista y democrático, necesario pero no suficiente, pero no un proyecto socialista. Venezuela depende más que nunca del petróleo y del mercado de Estados Unidos. La tan odiada corrupción tiene su base en el mantenimiento del rentismo petrolero y en el burocratismo de buena parte del aparato estatal de un país capitalista dependiente. El paternalismo asfixia los organismos de masas y los somete a dicho aparato, castrándolos. Chávez no sólo no crea las condiciones para formar sus sucesores de aquí al 2019 o antes mismo: impide también fundamentalmente, con su confusión ideológica que mezcla a Marx con Jesús y con Perón y mediante la centralización del poder, el avance político, la autogestión y la autorganización de sus bases de apoyo –sus verdaderos sucesores–, que son la garantía de la continuación del proceso revolucionario. Eso es lo que hay que empezar a corregir urgentemente de aquí a diciembre. Para eso es indispensable el aporte de la discusión abierta y franca de quienes son amigos de la revolución.
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