Leyla Carrillo Ramirez (Rebelion)
Ahora que estudiantes y maestros disfrutan unas merecidas vacaciones, proponemos un ejercicio gramatical, preparatorio de las próximas clases. En el imperio del idioma se le atribuyen a la palabra valores con etimología diversa. Los objetos, los seres vivientes, los accidentes geográficos y cada ciencia poseen códigos, que los califica y dimensiona.
Con frecuencia, una clasificación y un adjetivo constituyen la mejor carta de presentación para los círculos del poder imperial. Estos acuñan palabras y frases que promueven el rechazo, la sanción o el encomio (según el interés de los países clasificadores). No acometeremos un ejercicio semántico, sino político. Evaluaremos palabras como la corrupción. Un sencillo ejemplo: si un mandatario comete fraude, desdice los códigos de conducta, contribuye o se desentiende del tráfico de drogas, de personas o de órganos, solo es considerado corrupto si vive en un país africano, mesoriental, latinoamericano o asiático, desagradable para los poderosos.
En cambio, si un Presidente de Gobierno controla consorcios, telemisoras o la mafia, no se utiliza el vocablo. Otro tanto sucede si una campaña presidencial es costeada por un emporio fabricante de cosméticos, tampoco se utiliza esa palabra. Si hay jueces y periodistas “subvencionados” para amañar un proceso judicial (como sucedió para encarcelar a los 5 Héroes cubanos) tampoco se menciona la corrupción.
Un siguiente ejercicio veraniego sobre el lenguaje nos llevaría a la democracia, palabra vapuleada desde que los griegos ensalzaron al demos, definitoria clasificación clasista porque no todas las personas lo integraban. Los grandes países definen qué es democrático o no. Por lo general, la acepción es aplicada a los iguales y aliados que, con bastante frecuencia, deciden cuáles países, gobiernos y dirigentes no son democráticos
¿Y cómo entender la gobernabilidad? Es gobernable un país que controla sus activos, donde se cumplen las leyes, en que las normas de conducta se avienen a los designios de la banca internacional, donde priman felicidad, bonanza, cordura, sosiego; en que los pobres y ricos acatan lo que decidan los últimos y donde imperan la filantropía, el buen humor y la salud.
La última fase de nuestro ejercicio sería aprender a calificar, sin necesidad del maestro, lo que sucede con esas palabras en algunos países. Por lógica, al incurrir en corrupción son acusados con mayor frecuencia los gobernantes de países subdesarrollados, con marcada tendencia contra los gobiernos progresistas de América Latina y África. Pero ha costado largos años juzgar al expresidente peruano Alberto Fujimori, por malversación de caudales públicos. ¿Por qué será? La Encuestadora de Transparencia Internacional en su barómetro global de 2013 ha sondeado en 107 países y acusa a una mayoría de partidos políticos y fuerzas policiales, con énfasis sobre países latinoamericanos, España, Portugal, Italia y Grecia.
¿Por qué se silencia la corrupción en Estados Unidos? ¿Están exoneradas las campañas presidenciales de corrupción, costeadas por millonarias sumas que promueven a los candidatos más solventes? Pocos mencionan la investigación sobre John Allen, jefe de la misión de la OTAN en Afganistán, involucrado en correspondencia pornográfica con la también amante del exdirector de la CIA, David Petraeus.
En Alemania el primer juicio en Hamburgo contra la directiva del banco HSH Nordbank plantea la acusación fiscal por haber incurrido en grave deslealtad, mediante un complicado negocio financiero aprobado en diciembre de 2007, que ocasionó un daño económico de 158 millones de euros.
En España, en medio de su peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, el presidente de gobierno, Mariano Rajoy es impugnado por revelaciones sobre 15,4 millones de pesetas obtenidas ilegalmente cuando era ministro del gabinete de José María Aznar. Las manifestaciones populares exigen su dimisión, una vez desatado el escándalo por documentos contables del extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas. La palabra corrupción resulta insuficiente en este caso. Utilicemos entonces democracia, porque si las masas exigen la dimisión y son maltratadas por ejercer las pregonadas libertades de expresión y manifestación ¿se ejerce la democracia? Podríamos pasar al siguiente ejercicio: ¿la gobernabilidad existe cuando los gases lacrimógenos, la violencia policial y la prisión responden a las demandas de empleo, de recuperar pensiones o evitar los desahucios?
Para el último ejercicio de nuestro repaso viajemos a otro continente. La Primavera Árabe, tan ensalzada por Estados Unidos y la Unión Europea, no ha reverdecido en Egipto. Las masas derrocaron al corrupto régimen de Mubarak. Pero el resultado electoral no satisfizo a los imperialistas, porque el ejercicio democrático eligió a los Hermanos Musulmanes. El silencio sobre el golpe de Estado y la muerte violenta permiten vislumbrar que, una vez más, la democracia y la gobernabilidad se aplicarán según la semántica imperial.
Hemos practicado tres palabras de uso cotidiano, antes del reinicio del curso escolar. Cervantes, Shakespeare, Molière y Goethe habrían suspendido el examen gramatical, porque la conveniencia para los polos de poder, la crisis global y sistémica, el expansionismo y las guerras promovidas por el imperio habrían resultado incomprensibles, tanto para ellos como para nosotros, que nos esforzamos por comprender algunos vocablos del idioma.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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