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lunes, 26 de agosto de 2013

El Verano de la Nakba de 1948.




























Jorge Ramos Tolosa (Rebelion)


En agosto de 1948, las excavadoras israelíes empezaron a borrar Palestina del mapa.

En ese momento llegó para quedarse una de las pesadillas más recurrentes en los últimos 65 años en Palestina: la de un bulldozer devastando hogares, paisajes, emociones, afectos o recuerdos. La de un bulldozer destruyendo vidas, como hizo con la de Rachel Corrie hace 10 años. La de un bulldozer demoliendo hasta el techo del cielo, como diría Mahmoud Darwish y como ocurrió en Jenin en 2002, o como ocurre en el Neguev o en Jerusalén oriental.

Por orden gubernamental, en el verano de la Nakba de 1948, las máquinas excavadoras iniciaron su trabajo de arrasar cientos de localidades cuya población había sido expulsada desde diciembre de 1947, cuando empezó la limpieza étnica de Palestina.

Los pueblos palestinos debían convertirse en tierra cultivable, en “bosques naturales”, en nuevas colonias para judíos israelíes o debían ser incorporados a asentamientos existentes. Pero estas operaciones también eran necesarias para impedir el retorno de los refugiados y borrar del mapa la Palestina árabe. Además, este “espaciocidio” perseguía perpetuar el mito sionista de que Palestina era un territorio abandonado o baldío antes de la llegada de las primeras oleadas colonizadoras de judíos sionistas. Igualmente, aquel mismo verano de 1948 la Nakba se retorció en otro nuevo plano al nombrarse un comité gubernamental para que los topónimos originales árabes fuesen “hebraizados” o dotados de nombres de origen bíblico. Así, también se intentaba fortalecer el mito del “vínculo ininterrumpido” entre los hebreos de época antigua y el recién creado Estado de Israel.
Cerca de los bulldozers se encontraba el “custodio de la propiedad árabe”, que en un primer momento se encargó de organizar el gran robo de tierras y que había pasado a llamarse en julio de 1948 “custodio de la propiedad abandonada”. Había que intentar evitar la referencia directa al despojo por cuestiones étnicas [1]. Detrás se encontraba el “comité de transferencia” de Yosef Weitz, que ideaba la destrucción de los pueblos palestinos, propagaba mitos sobre el origen de los refugiados, planeaba la imposibilidad de que estos pudiesen volver a sus hogares “por cuestiones de seguridad” y se afanaba, de la mano del custodio, en reasentar a judíos en las tierras palestinas.

En julio de 1948, el Tzahal, el ejército del Estado de Israel, llevó a cabo una de sus mayores atrocidades en Ramla y Lydda. Estas dos ciudades se encontraban en el corredor entre Tel Aviv y Jerusalén. Mientras que Ramla fue atacada y se rindió el día 11, Lydda resistió más. Yigal Allon mandó que se bombardeara la ciudad desde el aire; se trataba del primer municipio que se atacaba de esta forma. Los voluntarios del Ejército Árabe de Liberación y los regulares de la Legión Árabe transjordana se retiraron. Después, el comandante del tercer batallón encargado de la localidad, Moshe Kelman, ordenó a sus tropas “disparar a cualquier objetivo claro, incluyendo a cualquiera que sea visto en las calles” [2].

Fatimah al-Kayali nació en Lydda en 1917. Había ido a una de las tres escuelas de chicas de la ciudad, que en 1948 tenía unos 20.000 habitantes (aproximadamente 18.500 musulmanes y 1.500 cristianos). A Fatimah le encantaba recorrer los miles de dunums de árboles cítricos y de olivos que había en Lydda. Pero tuvo que ser testigo de algunos de los hechos terribles que pasaron después de que se pusiese en marcha la orden del comandante Moshe Kelman. Los soldados israelíes llevaban la muerte escrita en la frente. Lanzaron granadas dentro de casas palestinas y dispararon a prácticamente cualquier persona no judía. Más de 400 palestinos fueron asesinados, unos 175 de ellos en la mezquita de Dahmash, donde se habían refugiado. Fue la matanza más sangrienta de la limpieza étnica de 1948. Asimismo, unas 70.000 personas fueron expulsadas en Lydda y Ramla bajo directrices como la de Yitzhak Rabin, premio Nobel de la Paz en 1994 y “arquitecto de la paz” de Oslo, quien dispuso en aquellos fatídicos días de verano de 1948 que: “los habitantes de Lydda deben ser expulsados sin prestar atención a la edad” [3].

Numerosas mujeres fueron violadas en Lydda, como recogió el mismo David Ben Gurion en su entrada del diario del 15 de julio de 1948 [4]. Los robos y saqueos de todas las pertenencias de los palestinos también fueron extremadamente frecuentes, algo que pudo leerse en diarios internacionales como The Economist [5] o que relató George Habash, fundador del FPLP [6]. Bastantes de ellos fueron perpetrados por judíos recién llegados de Europa. Bechor Sheetrit, por aquel entonces ministro israelí de Policía y de Asuntos de las Minorías, declaró que la ocupación y desalojo de Lydda supuso la sustracción de 1.800 camiones de propiedades palestinas [7]. Por si fuera poco, después de ser expulsados, los habitantes de Lydda fueron obligados a caminar hasta el frente de guerra árabe en medio de una intensa ola de calor. Se calcula que entre 335 y 350 palestinos murieron por deshidratación y agotamiento en lo que trágicamente se ha denominado como la “marcha de la muerte de Lydda” [8]. Fatimah al-Kayali consiguió sobrevivir. Pero la experiencia traumática de lo ocurrido aquellos días de verano marcó su vida para siempre. Fatimah se convirtió en refugiada, como otros 800.000 palestinos. Nunca pudo volver a su hogar, que hoy forma parte del Estado de Israel.

En verano de 1948, el ejército israelí ocupó, quemó y borró parte de Palestina. También lo había hecho en los meses anteriores con afirmaciones como la de Ben Gurion, que llegó a decir que: “una casa destruida no es nada. Destruid un barrio y empezaréis a producir alguna impresión” [9]. En aquellos meses de verano, el TNT era un material preciado. Ya se habían volado numerosas casas, pero todavía quedaban muchas más. Cuando la dinamita escaseaba, las tropas israelíes recurrieron al incendio de edificios y de cultivos. Pero como figura en los mismos Archivos Nacionales británicos, en múltiples ocasiones la quema fue mucho más allá. Por ejemplo, cuando después de ocupar y expulsar a la población de Eltera, en agosto de 1948, las fuerzas israelíes quemaron vivos a 28 palestinos con petróleo [10].

Hoy, el Estado de Israel sigue ocupando, quemando y borrando Palestina. Hoy, mientras la industria del proceso de paz vuelve a producir una cortina tras la que la colonización y el apartheid siguen avanzando, la Nakba continúa. La ocupación se desarrolla como un rizoma interminable en cada aspecto de la vida de los palestinos de dentro y fuera de Israel. La quema de olivos, cultivos, casas y todo tipo de propiedades prosigue cotidianamente con la acción de los colonos, por no mencionar el terror sembrado en Gaza con los bombardeos de drones y las consecuencias de la ocupación perimetral. Para los refugiados, la Nakba es eterna mientras generación tras generación habitan en una provisionalidad y en una desposesión que nunca acaba. Por su lado, miles de excavadoras siguen intentando borrar Palestina con las demoliciones de casas diarias, con la “judeización” de Jerusalén Este o con proyectos de limpieza étnica como el reciente plan Prawer en el Neguev. La Nakba es el día a día de millones de palestinos en su exilio interior y exterior.

La Nakba de 1948 no puede desterrarse de ninguna “negociación” o “conversación”. Israel lleva intentándolo bajo pretextos como el de la seguridad no solo desde el proceso de Oslo, sino desde el mismo año en que se creó el Estado judío. Pero el “conflicto” no empezó en 1967. Y en Palestina, los hechos consumados son barbarie.

Jorge Ramos Tolosa es investigador del Departamento de Historia Contemporánea de la Universitat de València y especialista en Palestina e Israel.


Notas:

[1] Hal DRAPER: «La minoría árabe en Israel: el gran robo de tierras», en Sergio PÉREZ (ed.): La cuestión oculta y otros textos, Madrid, Bósforo Libros, 2011, pp. 118-120.

[2] Benny MORRIS: The Birth of the Palestinian Refugee Problem Revisited, Cambridge, Cambridge University Press, 2004, p. 427.

[3] Benny MORRIS: The Birth of the Palestinian Refugee Problem, 1947-1949, Cambridge, Cambridge University Press, 1987, p. 207.

[4] David BEN-GURION: The War Diary: The War of Independence, vol. 2, Tel Aviv, Israel Defense Ministry Publications, 1982, p. 589.

[5] The Economist, 21/08/1948.

[6] A. Clare BRANDABUR: “Reply To Amos Kenan's ‘The Legacy of Lydda’ and An Interview With PFLP Leader Dr. George Habash”, Peuples & Monde, 01/01/1990.

[7] Benny MORRIS: “Operation Dani and the Palestinian Exodus from Lydda and Ramle in 1948”, Middle East Journal, vol. 40, 1 (1986), p. 88.

[8] Spiro MUNAYYER (con introducción y notas de Walid KHALIDI): “The Fall of Lydda”, Journal of Palestine Studies, vol. 27, 4 (1998), pp. 80-98.

[9] Ilan PAPPÉ: La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2008, p. 116.

[10] Archivos Nacionales británicos (UKNA, en sus siglas inglesas): FO 371/68578.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.


























































































































































































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